domingo, 1 de mayo de 2011

El vitraux y la sombra

La noche vigía, con sus vientos helados en movimiento como patrullas, acecha durante horas. Los ojos rompen su sello y los pulmones exhalan fastidios para llegar a una única conclusión: el cuerpo se siente descansado y sin ganas de seguir reposando.


Las persianas de la habitación están bajas y en la casa no hay una sola alma despierta que pueda sentir el ajetreo de una cama inquieta. La pieza está sumida en la más profunda oscuridad con el velador apagado, las guitarras acalladas y el teléfono mudo. Sólo se escucha el golpe del aire invernal queriendo entrar.
Las pupilas, enfocadas en un punto ciego del techo, llaman a la memoria a gritos, totalmente desesperadas, para caminar un rato hacia atrás y juntas delinear una forma, crear un ente. Y es así como en la parte más alta del cubículo se dibuja un cristal rojo, seguido de otro naranja, uno amarillo y así sucesivamente, con los más diversos colores, hasta formar un completo vitraux de una mujer con dos pupilas verdes, espíritu de golondrina y esencia de rima. En ambos costados de ella, dos mariposas revolotean alegremente bajo un sol radiante.

Las palabras son totalmente inútiles ante aquella mirada complaciente y esas comisuras silenciosas, que dentro esconden uno de los actos más bellos y rebeldes que la historia de la humanidad haya conocido alguna vez. El deseo y la contradicción encarnan una figura con aromas femeninos.

De repente, una red de alambres captura y sujeta con firmeza los brazos y piernas, dejando en vano cualquier intento de escape. El corazón ruge deseos perdidos a la vez que parece descongelarse, el cerebro entra en cortocircuito y vomita chispas rojas, la boca expulsa conjuros viejos y las retinas crean caminos de lágrimas por las mejillas.

-¿A dónde crees que vas?- pregunta una sombra, sentada sobre la derecha con las piernas cruzadas, proyectada en la pared y con voz inquisidora.

-No lo sé-.

-¿Acaso olvidas el camino de ida que tomaste? ¿No recuerdas las flechas que una vez supieron atravesar tu efímero cuerpo?

-Si, pero...-.

-¡BASTA!- aulla la silueta negra con remordimiento. -No haces más que contradecirte una y otra vez. ¿Qué es lo que quieres demostrar? ¿Compasión, sentimientos, sensibilidad y debilidad? No me hagas reír y no lo olvides: pensar para proyectar y no recordar en mal retroceso ¿o es que tengo que tomar el control total para que no se te olvide?

-No, por favor-.

-Todavía conservas algo de esa inútil humanidad dentro tuyo y sé que todavía sigues fallando. Sé todo, siento todo y me doy cuenta de todo.

-No necesito que te inmiscuyas dentro mío-.

-Parece que tus sentidos dicen exactamente lo contrario. Escucha tu corazón, está volviendo a latir. Siente tus mejillas impregnadas de lágrimas. Y tu cerebro, atascado por esos cálidos sentimientos que de tu pecho brotan.

Las tácticas se siguen dibujando una sobre la otra sobre un mismo tablero, que es la carne propia. Ya no hay palabra que valga, silencio que otorgue y mirada que acalle.

La sombra extiende su mano derecha, mientras en su rostro aparece una sonrisa maquiavélica con colmillos blancos.

-Nunca tuyo, siempre presente- exclama.

Arriba, aquel espejismo convertido en mujer ríe dulcemente y, con una mirada llena de compasión y belleza, extiende su mano izquierda. Las pupilas van de un lado a otro y los alambres comienzan a presionar cada vez más las articulaciones sujetas al punto casi de arrancarlas.

Afuera, la noche se hace más gélida y los vientos más inquietos. La luna sigue de exposición y sigilo en sus últimas horas antes de irse a dormir, con las estrellas como única compañía, mientras, a lo lejos y muy de a poco, el cielo comienza a clarear.

Entonces es cuando la noche se hace insomnio y en la vigilia vuelvo a tener ganas de soñar.



(Alejandro Caminos, 2011)



Sin Alas