Mira bien a esos niños
llorando sobre el diván
tienen acero en la cabeza
y espinas de rosas en la lengua.
Como todo hay una razón
y no lo quieren entender
papá no los quiere dejar jugar
al lado de las vías del tren.
Y es que la dicha hoy
esta llena de caprichos
miralo en las rodillas raspadas
de esos pobre chicos
Chicos, por favor dejen de rezongar
y aprendar a escuchar a los demás
no quieran tener siempre la razón
que la vida dura lo que un pestañeo.
Ahora respiren hondo y tranquilos
exhalen sus dramas en paz
que todavía tenemos un camino
largo sendero por andar.
Y si no encuentran las respuestas
en ese barco de papel
lo mejor será que tomen sus barriletes
y se echen al viento a correr.
Y es que la dicha hoy
esta llena de caprichos
miralo en las rodillas raspadas
de esos pobre chicos
Chicos, por favor dejen de rezongar
y aprendar a escuchar a los demás
no quieran tener siempre la razón
que la vida dura lo que un pestañeo.
sábado, 28 de agosto de 2010
jueves, 19 de agosto de 2010
A 74 años, el arte sangró
Alma Ausente
Federico García Lorca
No te conoce el toro ni la higuera,
ni caballos ni hormigas de tu casa.
No te conoce tu recuerdo mudo
porque te has muerto para siempre.
No te conoce el lomo de la piedra,
ni el raso negro donde te destrozas.
No te conoce tu recuerdo mudo
porque te has muerto para siempre.
El otoño vendrá con caracolas,
uva de niebla y montes agrupados,
pero nadie querrá mirar tus ojos
porque te has muerto para siempre.
Porque te has muerto para siempre,
como todos los muertos de la Tierra,
como todos los muertos que se olvidan
en un montón de perros apagados.
No te conoce nadie. No. Pero yo te canto.
Yo canto para luego tu perfil y tu gracia.
La madurez insigne de tu conocimiento.
Tu apetencia de muerte y el gusto de su boca.
La tristeza que tuvo tu valiente alegría.
Tardará mucho tiempo en nacer, si es que nace,
un andaluz tan claro, tan rico de aventura.
Yo canto su elegancia con palabras que gimen
y recuerdo una brisa triste por los olivos.
Federico García Lorca
No te conoce el toro ni la higuera,
ni caballos ni hormigas de tu casa.
No te conoce tu recuerdo mudo
porque te has muerto para siempre.
No te conoce el lomo de la piedra,
ni el raso negro donde te destrozas.
No te conoce tu recuerdo mudo
porque te has muerto para siempre.
El otoño vendrá con caracolas,
uva de niebla y montes agrupados,
pero nadie querrá mirar tus ojos
porque te has muerto para siempre.
Porque te has muerto para siempre,
como todos los muertos de la Tierra,
como todos los muertos que se olvidan
en un montón de perros apagados.
No te conoce nadie. No. Pero yo te canto.
Yo canto para luego tu perfil y tu gracia.
La madurez insigne de tu conocimiento.
Tu apetencia de muerte y el gusto de su boca.
La tristeza que tuvo tu valiente alegría.
Tardará mucho tiempo en nacer, si es que nace,
un andaluz tan claro, tan rico de aventura.
Yo canto su elegancia con palabras que gimen
y recuerdo una brisa triste por los olivos.
El arte puede desgarrarse hasta sangrar
Puede gemir hasta llorar
Pero él no entiende de barreras ni de muertes
Porque siempre vuelve, una vez más.
Sin Alas
domingo, 8 de agosto de 2010
Viaje al centro de los polos. Parte I: La ida
Los ojos abiertos como platos, en una habitación totalmente vacía y en una casa donde solo mi alma estaba viva. Tenía insomio y no podía pegar un ojo en toda la noche desde que ví el noticiero por televisión llena de noticias funestas, lo que me motivó a buscar información sobre guerras y hechos bélicos en la historia mundial, grandes asesinatos, etc. y una duda atormentaba mi cabeza: El propio ser humano.
Puse algo de música tranquila como para poder tranquilizarme, algo de Mozart, Beethoven o Bach, pero no obtuve resultado alguno porque mis ojos seguían cada vez más abiertos. Miraba a la pared para despejarme un poco, pero solo veía el póster de un tal Alex Kapranos y otro, llamado Gustavo Cerati, sonriéndome mientras sostenían sus guitarras.
Giré mi cuerpo hacia el otro lado, pero solo estaba la puerta abierta que conducía al lavadero, tranquilo e insonoro de aquellas horas de madrugada, y no había caso, y algo tenía que hacer para sacarme ese peso de encima. Solo mi reflejo humano descansaba en paz, mientras yo estaba despierto como una lechuza que caza por las noche a sus presas y yo debía cazar algunas respuestas.
Sin querer molestar al mortal que descansaba en paz, logré separarme de él, me incorporé en la cama, mientras me secaba el sudor de mi frente. Quería sacarme esta incomodidad de encima, que me carcomía la cabeza y no me dejaba dormir y solo había una manera: Interrogando, indagando, buscando alguna verdad...
Al estar listo, me paré en medio de la habitación. El ambiente desprendía un silencio de terror y una oscuridad que solo era interrumpida por las luces guardianas del patio, mientras solo el sonido del viento por la ventana susurraba algo.
Cerré los ojos y me puse a concentrarme para poner la mente en blanco. Las imágenes que se dibujaban en mi retina y los sonidos del aire en movimiento que entraban por mis oídos fueron desapareciendo de a poco y de pronto todo aquel mundo interior de recuerdos, pensamientos, palabras y ruidos se transformaron en un salón amplio de color blanco, sin nada ni sonidos ni escenas: solo quedaba yo en medio de la nada, mientras aquella escalofriante casa de madrugada había completamente desaparecido
Al estar listo y con la mente dispuesta, dibujé el destino al cuál debía ir. Aquel lugar que encierra uno de los grandes misterios del mundo, y al cuál van todos a la hora de su partida. Ese lugar que guarda el camino para ir hasta la verdad que se devela al final: Epiro, donde se encuentra el Río Aqueronte.
Escribí el nombre en mi memoria y dando un suspiro y un paso adelante, poco a poco fui sintiendo la piel y los habituales sonidos de la naturaleza viva.
Abrí los ojos para encontrarme con un lugar totalmente cubierto de pasto y rocío, los árboles se movían al compás del viento, los grillos daban un espectáculo sonoro de un canto y armonía totalmente perfectos y a lo lejos el ruido del agua corriendo, como si se tratara de un llamado, mientras las estrellas y la luna llena hacían de faros y compañía ideales. La noche vivía, cantaba y bailaba en una escena donde solo estaba yo presente.
Decidí entonces caminar entre arbustos y pastos para llegar al río, guiándome solo por su sonido y la luz de la bella luna que acompañaba mis pasos.
Al llegar, el agua transparente fluía con total normalidad y serenidad jamás vistos, como si esperara tranquila que sucediese algo. Solo una hoja en medio del río flotaba hacia adelante, mientras un susurro me decía al oído:
-Sigue la hoja y me encontrarás...-. Aquella voz tranquila, pero tenebrosa daba una orden que no podía evadir y me dispuse a seguirla.
Paso a paso, mientras la hoja dibujaba piruetas sobre el agua, en el cielo las estrellas poco a poco eran menos hasta tal punto que parecían que iban a desaparecer. Era como si se escondieran o apartaran de algo o alguien, como si escaparan a su final. Pero no solo las estrellas parecían alejarse: la luna también estaba en modo esquiva y la fauna completa también. La luz lunar fue cediendo y el camino se hacía más oscuro, mientras solo el agua seguía su flujo sin que nada la detuviera, con la hoja a cuestas.
Siguiendo a la hoja, sumergido en mi propio mundo y en un abrir y cerrar de ojos, llegué hasta una cueva desierta donde el agua entraba y seguía su rumbo. La entrada era semicircular y lo bastante grande como para que entrara un camión entero, el pasto y los árboles habían desaparecido y siendo reemplazados por una arena fría y espesa, la luna y las estrellas habían desaparecido por completo dando lugar a un cielo totalmente negro: solo el agua parecía no haber cambiado.
Miré la hoja para seguir su recorrido, pero no: La misma hoja que me guió hasta este lugar, se estaba incinerando en medio del río hasta ser cenizas al entrar a la caverna, mientras la misma voz tranquila y tenebrosa me dictaba:
-Deja tus miedos en la arena, tira tus sueños al río y decide entrar por inconsciencia propia...-. Dicho esto alargue mi mano hacia la entrada para ver si me quemaba al igual que esa inocente hoja: No, ni una quemadura.
Entonces puse el pie derecho en la oscuridad de la cueva y decidí entrar, con el Río Aqueronte a mi lado y sin mas guía que mi propio instinto.
Puse algo de música tranquila como para poder tranquilizarme, algo de Mozart, Beethoven o Bach, pero no obtuve resultado alguno porque mis ojos seguían cada vez más abiertos. Miraba a la pared para despejarme un poco, pero solo veía el póster de un tal Alex Kapranos y otro, llamado Gustavo Cerati, sonriéndome mientras sostenían sus guitarras.
Giré mi cuerpo hacia el otro lado, pero solo estaba la puerta abierta que conducía al lavadero, tranquilo e insonoro de aquellas horas de madrugada, y no había caso, y algo tenía que hacer para sacarme ese peso de encima. Solo mi reflejo humano descansaba en paz, mientras yo estaba despierto como una lechuza que caza por las noche a sus presas y yo debía cazar algunas respuestas.
Sin querer molestar al mortal que descansaba en paz, logré separarme de él, me incorporé en la cama, mientras me secaba el sudor de mi frente. Quería sacarme esta incomodidad de encima, que me carcomía la cabeza y no me dejaba dormir y solo había una manera: Interrogando, indagando, buscando alguna verdad...
Al estar listo, me paré en medio de la habitación. El ambiente desprendía un silencio de terror y una oscuridad que solo era interrumpida por las luces guardianas del patio, mientras solo el sonido del viento por la ventana susurraba algo.
Cerré los ojos y me puse a concentrarme para poner la mente en blanco. Las imágenes que se dibujaban en mi retina y los sonidos del aire en movimiento que entraban por mis oídos fueron desapareciendo de a poco y de pronto todo aquel mundo interior de recuerdos, pensamientos, palabras y ruidos se transformaron en un salón amplio de color blanco, sin nada ni sonidos ni escenas: solo quedaba yo en medio de la nada, mientras aquella escalofriante casa de madrugada había completamente desaparecido
Al estar listo y con la mente dispuesta, dibujé el destino al cuál debía ir. Aquel lugar que encierra uno de los grandes misterios del mundo, y al cuál van todos a la hora de su partida. Ese lugar que guarda el camino para ir hasta la verdad que se devela al final: Epiro, donde se encuentra el Río Aqueronte.
Escribí el nombre en mi memoria y dando un suspiro y un paso adelante, poco a poco fui sintiendo la piel y los habituales sonidos de la naturaleza viva.
Abrí los ojos para encontrarme con un lugar totalmente cubierto de pasto y rocío, los árboles se movían al compás del viento, los grillos daban un espectáculo sonoro de un canto y armonía totalmente perfectos y a lo lejos el ruido del agua corriendo, como si se tratara de un llamado, mientras las estrellas y la luna llena hacían de faros y compañía ideales. La noche vivía, cantaba y bailaba en una escena donde solo estaba yo presente.
Decidí entonces caminar entre arbustos y pastos para llegar al río, guiándome solo por su sonido y la luz de la bella luna que acompañaba mis pasos.
Al llegar, el agua transparente fluía con total normalidad y serenidad jamás vistos, como si esperara tranquila que sucediese algo. Solo una hoja en medio del río flotaba hacia adelante, mientras un susurro me decía al oído:
-Sigue la hoja y me encontrarás...-. Aquella voz tranquila, pero tenebrosa daba una orden que no podía evadir y me dispuse a seguirla.
Paso a paso, mientras la hoja dibujaba piruetas sobre el agua, en el cielo las estrellas poco a poco eran menos hasta tal punto que parecían que iban a desaparecer. Era como si se escondieran o apartaran de algo o alguien, como si escaparan a su final. Pero no solo las estrellas parecían alejarse: la luna también estaba en modo esquiva y la fauna completa también. La luz lunar fue cediendo y el camino se hacía más oscuro, mientras solo el agua seguía su flujo sin que nada la detuviera, con la hoja a cuestas.
Siguiendo a la hoja, sumergido en mi propio mundo y en un abrir y cerrar de ojos, llegué hasta una cueva desierta donde el agua entraba y seguía su rumbo. La entrada era semicircular y lo bastante grande como para que entrara un camión entero, el pasto y los árboles habían desaparecido y siendo reemplazados por una arena fría y espesa, la luna y las estrellas habían desaparecido por completo dando lugar a un cielo totalmente negro: solo el agua parecía no haber cambiado.
Miré la hoja para seguir su recorrido, pero no: La misma hoja que me guió hasta este lugar, se estaba incinerando en medio del río hasta ser cenizas al entrar a la caverna, mientras la misma voz tranquila y tenebrosa me dictaba:
-Deja tus miedos en la arena, tira tus sueños al río y decide entrar por inconsciencia propia...-. Dicho esto alargue mi mano hacia la entrada para ver si me quemaba al igual que esa inocente hoja: No, ni una quemadura.
Entonces puse el pie derecho en la oscuridad de la cueva y decidí entrar, con el Río Aqueronte a mi lado y sin mas guía que mi propio instinto.
(Alejandro Caminos, 2010)
Deja tus miedos en la arena
tira tus sueños al río
y decide entrar por inconsciencia propia
Sin Alas
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