Luego de la ducha, me decidí a vestirme con mi chomba Kevingston verde oscura a rayas blancas, un jean azul y mis zapatillas blancas, esas que solo uso para salir. Cuando estaba en la parada del colectivo, mi viejo se decidió a llevarme a la parada del colectivo, para ahorrarme la caminata y algún que otro hecho poco deseable en esta sociedad violenta de hoy.
Ya en la parada y esperando al colectivo, me dispuse a cantar unos temas de León Gieco que quedaron pegados en mi lengua y en mi mente (los temas referidos eran "Idolo de los quemados" y "El fantasma de Canterville"), cuando sentí un golpe dentro de mi cabeza, un latido como si algo quisiera salir. Entonces comprendí que mi reflejo estaba deseoso de escapar de esa prisión del inconsciente.
Crack.
Un crujido en mi cráneo y una lucha de unos segundos por la liberación. Pero no pudo ganarle a mi sentido del equilibrio... creo que sólo por esta vez.
Vi a lo lejos el móvil que iba a llevarme con el número 106 puesto en rojo en la parte de arriba. Tomé las monedas y subí. No había lugar, asi que viajé parado todo el trayecto. Todos los asientos ocupados por gente mayor, algunas con sus hijos en brazos y otros que solo escuchaban música y estaban adentrados en sí mismos.
Como no había nada por hacer, me puse a imaginar como sería la noche que me esperaba junto a mis amigos: el asado, los juegos, las charlas (y más uno que recién se separó de su novia), etc.
Me puse a jugar con mi imaginación, con figuras, texturas y demás cosas. Hasta que ví a una mujer sentada, mirando a través de la ventana.
Crack.
Mi cabeza vuelve a latir y sonar con más fuerza y la vista se me hace cada vez más lejana y blanca, como si estuviera yendo hacia la luz. Era inútil la pelea, ya que estaba perdiendo en demasía y no podía controlarlo. Siento un cambio, como si algo estuviese por salir.
Flash.
Abro los ojos y suspiro. Analizo todo lo que me rodea y solo consigo ver humanos opacos sentados sobre asientos de cuero negro y con las vistas perdidas en el aire. Miro hacia el reflejo de la puerta que da a la salida del colectivo y consigo ver mis pupilas Zafiro, brillando como dos joyas. Sonrío. Por fin conseguí salir de ese encierro que conllevamos los Sin Alas.
Me dispuse a ver a esa mujer que me había despertado y había hecho de mi escape una realidad. ¿Acaso será un ángel o un demonio? ¿Otro Sin Alas, tal vez?.
Está vestida con una remera alopardeada, un jean azul y unas botas negras. Es rubia de ojos castaños claros y miraba a la ventanilla. Pero no tenía cualquier mirada: era una mirada perdida, triste y melancólica, como si pensara en algo que la aquejara o molestara. Interesante
Me dispuse a ver a los otros humanos, a ver si encontraba alguna mirada parecida o igual.
La mujer que se sentaba al lado de ella, mayor, tenía una mirada muy transparente y fácil de descifrar: Solo quería llegar a donde estaba viajando, no aguantaba más la espera. Su cara arrugada y deforme solo mostraba impaciencia e incomodidad.
Cambio de vista. Un adolescente, atrás mío, tenía la mente en blanco a causa de su MP3 y estaba metido en su propia mente. A la derecha, dos niñas hablando entre ellas de algo poco interesante. Los demás estaban todos igual, sumidos en pensamientos abstractos o el cansancio de la rutina diaria. Pobres mortales.
Me dirijo de nuevo a esta mujer y me dispongo a analizarla. No se percató de que la observaba lo que facilitó mi tarea.
Tiene un rostro demarcado por muy pocas arrugas y surcos lo que delata que tiene entre 35 y 40 años. Una postura intranquila y una mirada que refleja un misterio, aquello que los hombres siempre tratan de descubrir en las mujeres y muy pocos lo logran.
Mis ojos azules se clavan en los suyos como flechas en un blanco distante. Al estar concentrado y listo, solo bajo mis párpados para estar en la oscuridad total.
Flash.
Consigo entrar a su mente y sus recuerdos, a su cerebro. Todo se basaba en un laberinto lleno de pasillos oscuros alumbrados solo por una línea de lámparas que destellaba luces blancas en el alto e infinito techo. Al lado de cada pasillo, infinidades de puertas. A lo lejos se oía una mezcla ruidos y de voces que hablaban, gritaban, reían y lloraban.
Abro una puerta: Veo cuando era solamente una niña y cantaba en un coro, siendo ella la solista y la única que resaltaba de entre esos pequeños humanos. Tenía una voz dulce, digna de un ángel que le canta a los oídos de Dios.
Cierro la puerta y sigo caminando por esos pasillos negros. Abro otra puerta: El día que ella perdio a sus padres. La madre y su padre yacían muertos en una camilla cada uno, dentro de un hospital. Ella lloraba desconsoladamente sobre el regazo de su madre, mientras la enfermera no podía hacer más que mirarla tristemente, conteniendo sus lágrimas. Sus ojos eran ríos de gotas saladas que bañaba la locura y la tristeza de un niño frágil.
Su padre tenía la cabeza abierta a causa de un fuerte impacto, el brazo derecho y su pierna derecha totalmente rotos y su mirada sin vida denostaba dolor. En cambio, su madre estaba intacta, sin ningún tipo de herida alguna. La única diferencia era su piel: estaba totalmente pálida, blanca como un pañuelo de seda: el color de los muertos. Cualquiera ante semejante imagen, lloraría. Cualquiera, menos yo.
Cerré la puerta y seguí avanzando por su mente, hasta dar con un callejón sin salida y una puerta. Seguramente sería el último recuerdo o lo que ahora estaría sucediendo, ya que no hay más puertas. Esta tenía una particularidad: estaba sellada con cadenas y un candado, como si estuviera clausurado y nadie pudiera entrar allí, ni ella misma.
Extiendo mi brazo con total seguridad y toco el candado con mi dedo índice izquierdo y consigo que este se destrabe, haciendo retroceder a las cadenas y dejando el marco y la puerta a mi merced. La abro y una luz dorada me ciega la vista.
Entro. El agua caía de un cielo gris y nubes negras sobre un campo de flores y pasto alto. El olor a tierra húmeda se hace cada vez mayor. Miro a lo lejos y consigo ver una mujer llorando con una carta en su mano derecha. Se dirije hacia un árbol donde están colgados unas hamacas desvencijadas color roja y azul respectivamente y una soga. Iba con una túnica blanca, totalmente descalza y el cabello rubio sin atar, suelto al aire.
Solo me quedo mirando el siguiente acto, sin sorprenderme del mismo, pero con algo de inquietud. De repente todo retrocede como quien maneja un control sobre el tiempo y lo vuelve atrás, hasta quedarme en el punto de partida...
Abro los ojos y ella me esta mirando desde su asiento en el colectivo. Su mirada era de ruego y sus ojos destellaban un brillo dorado en sus pupilas. Delante de esa mirada triste caían mares de gotas saladas que denotaban impaciencia y dolor.
Ella sabía que había entrado a su inconsciente y que había abierto la última puerta.
Siguió mirandome como si me pidiera algo y ahí comprendí: quería una respuesta. Sonreí y levemente moví mi cabeza hacia un lado y hacia otro. Ella me sonrío, feliz, secando sus lágrimas con la manga de su remera...
Gaona y Mercedes. Debía bajarme justo en este lugar. Apreto el botón de bajada y desciendo del colectivo y mientras la miro por última vez en sus labios leí una palabra de alivio y encanto: Ella, solamente, me decía "Muchas Gracias".
Jamás supe si ella era un ángel que extrañaba el cielo, un Sin Alas sin rumbo o un simple mortal que buscaba la solución y el final a tanto dolor. Solo comprendí que los humanos son seres cada día mas imprevisibles y fáciles de entender a la vez. Son inestables y, por momentos, concretos.
Son Indescifrables y algo estúpidos, pero bellos por momentos.
Estoy parado en medio de Juan B. Justo y Pehuajó y mi cabeza vuelve latir. Solo tengo que caminar 90 metros y ya siento que estoy cambiando.
Crack.
Mi cráneo vuelve a sonar con un golpe seco y mi mirada se vuelve lejana con un destello negro que abarca toda mi visión.
Flash.
Abro los ojos y me encuentro en la puerta de la casa de mi amigo Lucas. Miro para ambos lados y no había nadie en la calle, estaba totalmente solo. Tenía la billetera, el celular en mis bolsillos y mi mochila en mis hombros.
Antes de tocar timbre, miro por la ventana de su casa: veo mis ojos marrones oscuros que me miran, con la particularidad de que en una milésima de segundo, estos destellaron un brillo de color azul. Un azul Zafiro.
Parpadeo y entonces, al comprender la situación, sonrío. Supe, entonces, que me había ausentado por unos momentos, pero sin saber exactamente que había pasado...
Toco el timbre y me recibe mi amigo invitandome a entrar, donde todos los demás me esperaban para una noche larga de buenos amigos.
Ciertos finales se disfrazan de solución,
tiñendo al camino de oscura inconclusión.
Y el camino queda ahí, sin terminar
con senderos todavía por transitar.
Sin Alas.